A VECES…

lobo

“… que solo soy un fantasma,
que vulnerable, te nombra…”
(Alejandro Filio)

A veces no me gusta ser circunspecto,
ese juego de la razón que todo quiere equilibrar,
y a la vez negar la libertad al amante subversivo,
cortando por la mitad un deseo y un sueño.

A veces no me gusta ser tan razonable,
esa manía absurda de soñar con las alas plegadas,
oteando el horizonte sin dejar escapar nada,
ni en el cielo, ni en la tierra.

A veces no me gusta ser un desprendido,
ese talento etéreo que niega hasta mis derechos,
en pos del deber para las que amo,
única obligación que me saca sonrisas.

A veces no me gusta ser crítico,
quisiera volver la vista solo hacia bellos colores,
obviando que tras aquellos pinceles,
hay manos grises que los manejan.

A veces no me gusta la precisión de mis palabras,
aquellas que han dado luces donde solo había oscuridad,
las que han mostrado salidas en callejones cerrados,
aunque ello aleje de mis pasos a quien amo.

A veces no me gusta la negación,
ese deber que impide una llamada, que limita una partida,
una aparición, todo por las prohibiciones sociales,
aquellas que limitan los vuelos amorosos de los perdidos.

Y, a veces, esas veces, me sacan sonrisas,
porque en el resto de mis horas,
al contemplarte volar libre y brillando,
al ver que algo de mi va en ello, yo me sueño trascendente.
(10/12/2010)

LAS INVISIBLES

La anciana camina por el parque, su vestimenta raída, la hace invisible a quienes a esa hora pasean, es parte del paisaje; la mujer está sentada, solitaria, ida, en sus facciones se denota el dolor interminable de una soledad no buscada, sus hombros deformados por una carga dura, también es invisible a los caminantes.

Con pasos volátiles, la anciana se acerca sin intención alguna, como quien sigue una senda donde en algún momento se topará con un acontecimiento. Se cruzan, en un segundo, las miradas, y el tiempo se detiene.

Como si encontrarán frente a si mismas, empiezan a identificarse, cada cual tiene dolores, soledades, golpes, traiciones, burlas, desamparos del alma.

Más, una luz brilla en el fondo de los ojos ancianos.

– De todos los dolores sufribles, están los necesarios y los que se pueden sanar. dice la anciana.

– No es así – responde la mujer.

– Quizás, déjame contar algo, a veces se sufre por amor, cuando le agregamos un ingrediente innecesario, el tiempo – La mujer, sale de su pozo, respira, y la mira interrogante; la anciana sonríe y prosigue.

– En los inicios, no existían, horas, días, meses, años; en su afán de tener control sobre las cosas el hombre decidió “organizar” su caminar. Fue ahí, cuando el tiempo pasó a ser parte del amor. Pero, no era necesario su aporte, no; pues, hoy, se condiciona al amor a las redes del reloj, ¿Me amarás toda la vida?, ¿nunca me dejarás?, ¿serás siempre mío?, cuando lo vital es la intensidad, la fuerza del amor es superior al tiempo, cuando se ama no hay tiempo. Solo se precisa que, cuando se viva, sea con tal entrega, que haga de esos pasos… el valor de toda una vida.

– Ahora pues – continuó la anciana – dime, ¿todos tus dolores son por haber amado? – La mujer nada dijo, más su mirada habló por ella.

– Entonces, Amiga mía, levántate, recoge tus cosas, porque debes seguir amando… viviendo. Mira a quienes caminan rápido, ni cuenta se dan que existimos, ellos por el “tiempo” han dejado de vivir. Tus dolores, querida, valen tu caminar, porque quien ha sufrido por amar, vive.

La mujer, sintió un estremecimiento, ¿será verdad esto?, se preguntaba; más dentro de si, sentía que algo de pureza, algo de vida, algo de luz, había en esas palabras. Se levantó, y se dio cuenta que la Anciana iba metros más allá, como si nunca se hubiese detenido, entonces le dijo:

– Gracias!!!, muchas gracias!!! – La caminante, la miró en silencio. – Dime, ¿Cómo te llamas?- exclamó, le pareció escuchar una respuesta.

– No tengo un nombre y también los tengo todos.

😉